[ES-EN] Perro Héroe (Dog Hero) | Dito Ferrer

Tenía las patas adoloridas de tanto cavar.

Llevaban ya varias horas encerrados en esa cabaña. Luego de haber sido capturados, "los hombres malos," los habían obligado a entrar en aquel lugar oscuro y húmedo. Apenas penetraban destellos de luz por las rendijas y el aire estaba viciado de olores a amoníaco y a gasolina.

Su dueño, agazapado en una esquina, mantenía la mirada perdida y los dientes apretados. Pareció percatarse de su mirada y le respondió con una vaga sonrisa. "Todo va a estar bien" decía con los ojos. Mentía. Tantos años de vivir junto a ese hombre le habían llegado a conocerle.

Apenas era un cachorro cuando lo había comprado de aquella perrera infernal. Su dueño, recién graduado de la Escuela Militar, había sido aceptado a trabajar en las prestigiosas filas de la DEA y se había quedado encantado con este cachorrito tan especial abandonado a su suerte en aquel lugar de los mil demonios.

A partir de ahí no se separaron jamás y la relación hombre-perro en ellos se manifestaba en modos poco habituales. Se convirtieron en la pareja más efectiva de la Organización Policial, solucionaron muchos casos y destaparon numerosos complots. Sus compañeros, tanto hombres como perros, se preguntaban cuál era el secreto de tanto éxito y aquella comunicación infalible que tenían ambos. Él se cuidó de no hacerlo demasiado evidente pero entendía el lenguaje y el comportamiento humano, mucho más que cualquier perro.

Por eso, y además porque conocía a ese hombre más que a sus propios cachorros, supo que estaba aterrado, mucho más que en las tantas situaciones en las que se habían encontrado. Esos hombres malos le habían dicho que al anochecer los matarían a ambos. Estaban cavando la fosa en ese momento.

Él también debía cavar lo más rápido que pudiera, a pesar del dolor que sentía en las patas y las uñas. Pasado unos minutos se encontró con una superficie dura debajo de la tierra. Era concreto. La cabaña estaba construida sobre una base de hormigón así que era imposible escapar por debajo. Frustrado, se acercó a la puerta de madera y ladró con todas sus fuerzas. Dio zarpazos contra la madera y empujó con su hocico hasta el punto de sentir dolor.

Alguien vino. Era un hombre horroroso, lleno de tatuajes y con un olor, mezcla de sudor, alcohol y orina. Abrió la rendija y lo observó por un momento, y luego a su dueño. El extraño le gritó unas palabras y un latigazo de adrenalina invadió su cuerpo, producto del intenso miedo que percibió en su amo. Estaba inmovilizado, compungido, derrotado. Algo debía hacerse.

*****

Empezó a ladrar aún más fuerte, casi compulsivamente. Con cada esfuerzo, su mente se iba reconectando con aquella zona primitiva y peligrosa, heredada de sus antecesores salvajes. Daba remolinos en el lugar, se mordía su propia cola, se arrastraba por el suelo. Sus ojos empezaron a adquirir un tinte de rojo encendido mientras perdía el control. Luego de abalanzarse sobre diferentes objetos quedó quieto, casi inmóvil. Los hombres, tanto su dueño como el bandido, se sobresaltaron al sentir un rugido seco y unos dientes envueltos en espuma blanca.

El perro se acercó a su dueño con paso lento y amenazante. El bandido, desde la rendija intentaba azorarlo pero aquel animal habían dejado de ser un perro entrenado, ahora era una bestia. Su dueño no lo podía creer. Constantemente le gritaba su nombre y le ordenaba que se detuviera, pero a aquel ser solo lo movía el instinto compulsivo de hacer daño. La Rabia.

En un último intento, el dueño interpuso su mano entre su cuerpo y el animal. Lo llamaba por su nombre y lo convidaba a calmarse. El bandido también repetía el nombre del perro y por un momento ambos hombres parecían aliados contra lo que se había convertido en un enemigo común. El perro se acercó y aún más, hasta sentir el tacto de la mano de su dueño sobre el hocico. Sus ojos retornaron a la normalidad por un segundo, mientras entendía su nombre. "Todo va a estar bien," dijeron aquellos ojos. Luego, envueltos en la violencia del gesto, volvieron a cambiar a el rojo encendido.

Se abalanzó y mordió la mano de su amo.

El hombre gritaba mientras intentaba zafarse de la mordida. Con su mano libre empujaba y golpeaba a aquel animal fuera de sí que babeaba y gruñía pero que no zafaba su presa, aunque la presión de la mordida era un tanto contenida. El bandido, también asustado, abrió la puerta y con un estrépito se precipitó adentro de la cabaña, para apartar a aquella bestia sin control. Pretendía golpearlo con la culata del arma pero apenas se acercó el perro soltó a su presa con rapidez y se escabulló entre los pies del delincuente y salió por la puerta abierta.

Una vez fuera, volvió en sí. Tuvo que hacer gala de su autocontrol y el entrenamiento recibido durante tantos años para calmarse. Echó a correr y al principio ganas no le faltaron de perderse en el monte y no regresar nunca más, se sintió libre y salvaje. Salvaje y libre. Pero, lentamente, cayó en el propósito de su misión. Todo había sido parte de su plan: el arrebato de cólera, la rabia y el ataque a su propio amo. Un plan para poder escapar de ese lugar.

Ahora la segunda parte era buscar ayuda.

*****

Pasó todo el resto de la tarde atravesando monte abierto. Nadie se molestó en perseguir a un perro rabioso, probablemente se sintieron aliviados. Ese era la intención. Ahora, solo debía llegar a la comisaría lo más rápido posible y alertar a los oficiales de lo que sucedía. Ellos sabrían que hacer.

Casi famélico y muerto de cansancio llegó a la comisaría. Los perros detectaron su olor y empezaron a ladrar, agitados. La estación se puso en alerta y los oficiales salieron al porche armados con escopetas. Les costó reconocer al perro que todos admiraban. Estaba sucio y agitado, hacía remolinos en círculos, corría hacia el monte y luego regresaba a toda velocidad. No parecía estar en su sano juicio. Alguien salió con un lazo dispuesto a atraparlo.

El perro se esforzaba por comunicar lo que estaba sucediendo: "mi dueño está preso, lo van a matar, no tenemos tiempo." Pero nadie entendía lo que intentaba decir. Cuando vio al oficial con el lazo supo que le quedaba poco tiempo. Para que entendieran la gravedad de la situación debía comunicarse con ellos del modo que los humanos lo hacían. Era peligroso para él mostrar ese nivel de entendimiento pero su dueño necesitaba la ayuda.

Así que escribió, utilizando sus patas, el nombre de su dueño y una línea hacia la dirección en donde se encontraba.

Antes de caer la tarde ya la policía estaba ahí. Hicieron una redada y capturaron a todos los criminales infraganti. Confiscaron un cargamento de varios kilos de droga y numerosas armas. Mientras se producían los arrestos, el perro corrió hacia la cabaña para rescatar a su amo.

Pero él no estaba allí.

Siguió su rastro de olor que lo llevó a una zanja poco profunda detrás de la cabaña. Con marcado nerviosismo, se acercó al hueco esperando encontrar lo peor, pero el cuerpo que estaba allí aún vivía. Le ladró y su dueño abrió los ojos, como quien despierta de un sueño largo. Se lanzó dentro del hoyo y su dueño se puso en guardia. Tenía un trapo sucio alrededor de la mano herida. Pero no era demasiado profunda, el perro se había asegurado de eso.

Con calma se aproximó a su dueño, procurando no parecer agresivo. Se arrastró por el suelo y se volteó sobre su espalda enseñándole se barriga, como siempre hacía cuando era cachorro. El dueño se acercó a él y lo acarició con la mano herida. Una lengua cálida respondió a las caricias mientras los ojos del perro, tranquilos y profundos le decían: "Ahora todo va a estar bien."

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