Mi hijo y yo siempre fuimos exploradores natos, quizás desde tiempos inmemorables. Nos encantaba mucho la idea de perdernos en nuevos mundos y saber que todo lo que aprendimos a través de los años habría sido de mucha ayuda. En mi juventud fui un boyscout y pretendí transmitir ese gran espíritu explorador. Después de todo, no había nada más valioso que la unión entre un padre y un hijo.

Con el transcurso del tiempo pudimos visitar una serie de lugares que nos habían recomendado. Nos quisimos saltar de lo común y explorar algún sitio totalmente nuevo para nuestros ojos, la mayoría los habíamos visto hacia algunos años atrás. Buscamos en internet y como yo no era muy adepto a la tecnología, mi hijo se encargó de construir un mapa. El lugar era un tanto extraño. Comenzaba por ser una entrada a través de una cueva no muy extensa pero no por eso menos peligrosa y terminaba dándonos paso a un valle de ensueño en la que muy cerca habría un paso lleno de inmensas rocas. Imprimimos el mapa en modo relieve para no equivocarnos en nuestra aventura y allí nos dirigimos con mucho entusiasmo.

Al llegar al lugar comprendimos que viviríamos unos de los momentos más majestuosos. El sol resplandecía frente a nosotros, casi como sonriéndonos. Llevábamos lo justo y necesario. Unas bolsas de dormir, unas linternas, un pequeño kit de herramientas, una brújula, comida y bebida. Tampoco íbamos a estar días, sino tan solo una noche y regresaríamos al día siguiente. En cuanto a la cueva, mi mayor miedo era que se derrumbase con nosotros dentro. Los crujidos y las paredes agrietadas nos alertaban de esa posibilidad por lo que nos apuramos a encontrar la salida al otro lado casi sin descanso.

Luego de al menos 40 minutos allí dentro encontramos una salida. Lo supimos por el resplandor del cielo que prácticamente nos dejó ciegos por unos instantes. Y vimos una vista que nos replanteaba sobre lo bella que es la naturaleza. Pero nuestro momento de admiración terminó cuando decidimos ponernos en acción a buscar las intrigas de ese maravilloso lugar. Nos dirigimos por una de las aberturas en una de las grandes rocas. Sabíamos que era un camino pero no sabíamos si construido por humanos o eran naturales como la cueva que habíamos atravesado anteriormente. El aire por ese camino cambió rotundamente y por esa razón supimos que habría un manantial al final del mismo. Fuimos por allí en busca de una rica exploración.

A medio camino de ese recorrido nos encontramos con algo que nos puso la piel de gallina. Entre las rocas había una escultura de una calavera gigante. También pudimos observar que algo bloqueaba nuestro paso. Una especie de ángel que portaba consigo una guadaña. Yo no quise seguir adelante, no por miedo sino por la seguridad de mi hijo. Al poco instante en que le digo de regresar él sale corriendo al escuchar el llanto de una mujer. Lo había perdido de vista y lo último que vi fue desvanecerse entre la neblina y la incertidumbre.

Intenté más que nunca y con todos mis esfuerzos encontrarlo hasta que oscureciera. Nunca más lo volví a ver. Pero algo había cambiado, ese ángel demoniaco ahora estaba de espaldas, como mirando su partida a lo desconocido. Las próximas veces que visité el lugar escuché el lamento de no una sino dos personas. Entre ellas, la posibilidad de que se trate de mi pequeño, en algún mundo o dimensión distinta a la que vivimos.

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También te invito a que leas mi nueva forma de escribir literatura mezclando pequeños tintes de humor con lo usual de lo paranormal. Lo he llamado "Crepúsculo Paranormal".

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